JUANA DE NANA

El collage manual es, para mí, el viaje más insólito del que disfruto cada día. La esencia está en el papel, la foto, los elementos de la naturaleza, los objetos anacrónicos y un largo etcétera que me encuentran en mercadillos y librerías de viejo.

Me guía el instinto. Trabajo con todo a la vez, pongo el estudio patas arriba, abro cajas y cajones, lo revuelvo todo y, entonces, intuyo en qué caja tengo aquello que busco. Me ayuda mi buena memoria visual cuando comienzo un collage. Me sumerjo entre fotos y mis instrumentos fetiches, tres tijeras y tres bisturíes de arquitectura.  Llega, entonces, el momento definitivo y meditativo de cortar.

A veces la imagen que necesito y que busco no aparece, pero encuentro otra que me cautiva y el camino empieza a ser otro. Otras veces, aparecen hallazgos inesperados que se cruzan y que, inevitablemente, buscan su lugar en el collage. Otras, percibo una chispa entre imágenes y ensamblo, metódica, las piezas.

Luego llegan las flores y las plantas, que, en un principio están desvinculadas y que terminan enlazándose para crear una historia. Otras veces me asaltan los objetos, retazos de vida encontrados para los que cuesta imaginar un uso y que encuentran, ellos solos, un espacio en el collage.

Busco conjugar el menor número de elementos. La fotografía en blanco y negro es la opción más parca, la más sobria. En ellas encuentro una historia vital, un instante de silencio que me hace soñar. Hay en ellas una aproximación a lo cotidiano tan sutil y elegante que me permite crear una imagen nueva e insólita con espacios e identidades que ya han desaparecido. Me conmueve la nostalgia que emanan.

Nunca sé qué yuxtaposición enigmática saldrá de ahí. No planifico. No preconcibo. Disfruto con la ambigüedad, con la incertidumbre que me proporciona el no tener reglas fijas. Convivo a diario con la duda del proceso creativo y, a la vez, con algo que me emociona y me llena.

El collage manual me ofrece experimentar día a día la conexión entre lo imaginario, lo soñado, lo que pudo ser real y el mundo narrativo que se va creando entre mis manos. Cuando la emoción me invade, sé que está terminado. El placer del silencio ante el papel y la tijera es siempre infinito.